Había una vez en la selva un león llamado Leopoldo. Leopoldo era conocido por ser el rey de la selva y por su gran fuerza y valentía. Siempre esperaba que los demás animales le mostraran reverencia y le temieran. Vivía convencido de que merecía todo el respeto solo por ser el león más fuerte.

Aunque Leopoldo era poderoso, también era egocéntrico y grosero. No trataba a los demás animales con amabilidad y frecuentemente los intimidaba para que hicieran lo que él quería. Esto causaba mucho temor y tristeza entre los animales de la selva.

Un día, un pequeño conejo llamado Ciro decidió hablar con Leopoldo. Se acercó al león con respeto y le dijo: “Querido Leopoldo, todos admiramos tu fuerza y valentía, pero el respeto no se gana con miedo, se gana con amabilidad y consideración hacia los demás. Si tratas a los demás con respeto, ellos también te respetarán”.

Leopoldo se burló del conejo y lo ignoró. Pero Ciro no se rindió. Decidió mostrar con acciones lo que significaba el respeto. Ayudaba a los demás animales, escuchaba sus problemas y los trataba con cortesía. Poco a poco, los animales comenzaron a apreciar la actitud de Ciro y a respetarlo por su amabilidad.

Un día, una cacería humana amenazó a la selva y a sus habitantes. Leopoldo intentó enfrentar la situación con su fuerza, pero no pudo detener a los cazadores. Fue entonces cuando Ciro, con su pequeño tamaño, ideó un plan para salvar a todos. Trabajó en equipo con los demás animales y lograron engañar a los cazadores y ahuyentarlos.

Leopoldo se dio cuenta de que la fuerza no siempre era suficiente y que el respeto no se ganaba a través del miedo. Admiró la valentía y el ingenio de Ciro, y aprendió la lección de que el respeto se gana al tratar a los demás con bondad y consideración.

A partir de ese día, Leopoldo cambió su actitud. Empezó a tratar a los demás animales con amabilidad y respeto. Se disculpó por su comportamiento anterior y se esforzó por ser un líder justo y compasivo. La selva se convirtió en un lugar más armonioso y feliz, donde todos los animales se respetaban y se ayudaban mutuamente.

Y así, el león y el conejo respetuoso demostraron que el respeto no depende de la fuerza, sino de la forma en que tratamos a los demás.

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