Había una vez, en un tranquilo bosque, un conejo muy veloz llamado César y una tortuga muy sabia llamada Luisa. Eran buenos amigos, pero no siempre entendían cómo se sentían el uno al otro.

Un día, el bosque sufrió una gran sequía. Los ríos se secaron y todos los animales estaban preocupados. En el centro del bosque, había un pozo que siempre tenía agua, pero ahora estaba casi seco.

Luisa, la tortuga, se movía lentamente hacia el pozo cada día para tomar un sorbo de agua. Pero César, el conejo, siempre llegaba primero y bebía rápidamente, sin pensar en los demás.

Un día, Luisa llegó al pozo y descubrió que no había ni una gota de agua. Miró a César y dijo: “Amigo, has bebido todo el agua. ¿Qué haré ahora?”

César se detuvo y pensó: “Siempre llego primero porque soy rápido, pero nunca pensé en cómo se siente Luisa.”

Entonces, César tuvo una idea. Usó sus fuertes patas para cavar más profundo en el pozo. Tras un rato de esfuerzo, encontró un pequeño manantial de agua fresca.

Volvió junto a Luisa y le dijo: “Luisa, he cavado más profundo y he encontrado más agua. Vamos a compartirla para que todos puedan beber.”

Luisa estaba emocionada y feliz. “Gracias, César. Has aprendido a pensar en los demás.”

Desde ese día, el pozo nunca se volvió a secar. Todos los animales del bosque aprendieron a compartir y a pensar en las necesidades de los demás. César ya no bebía todo el agua; en su lugar, siempre se aseguraba de que hubiera suficiente para todos, incluida su amiga Luisa.

Y así, César aprendió que ser rápido no era lo único importante. La empatía y el cuidado por los demás también eran vitales. Luisa, a su vez, siempre recordaba a todos que cada acción, sin importar cuán pequeña, podía hacer una gran diferencia en la vida de alguien más.

Moraleja: La empatía es como un manantial de agua fresca en un pozo seco; nunca sabes cuán importante puede ser hasta que tomas un momento para pensar en los demás.

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