En un pintoresco valle rodeado de exuberantes colinas, vivía un pequeño caracol llamado Sammy. A diferencia de sus ágiles amigos, Sammy era inusualmente lento y su concha era muy pesada.
Un día, Sammy decidió emprender un viaje a la cima de la colina más alta. Estaba decidido a demostrar que incluso los más lentos podían lograr sus sueños. Los demás caracoles se rieron de él, pero Sammy no se dejó desanimar.
Poniendo un pie delante del otro, Sammy comenzó su ascenso. El sol abrasador le daba en la espalda, y su respiración se hacía más y más pesada. Pero se negó a rendirse.
Pasaron días y noches, y Sammy seguía ascendiendo incansablemente. Cada centímetro que avanzaba era una victoria. La risa de sus amigos se había convertido en un distante recuerdo.
Finalmente, cuando Sammy llegó a la cima, una sensación de triunfo inundó su pequeño cuerpo. Había tardado más que cualquier otro caracol, pero había perseverado y lo había logrado.
Desde lo alto de la colina, Sammy contempló el valle. Todos los demás caracoles, que habían abandonado su camino hace mucho tiempo, parecían hormigas desde su perspectiva.
Ese día, Sammy aprendió una valiosa lección: la perseverancia puede superar cualquier obstáculo. No importa lo lentos o pequeños que seamos, si nunca nos rendimos y seguimos avanzando, eventualmente alcanzaremos nuestras metas.